Ni un pelo de tonto by Richard Russo

Ni un pelo de tonto by Richard Russo

autor:Richard Russo [Russo, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1993-01-01T00:00:00+00:00


La señorita Beryl frunció el ceño al pensar en su lista mental. Cada punto de la misma le parecía dudoso, y el número cinco era especialmente poco convincente. En el fondo, los otros cuatro representaban una falta de generosidad hacia Clive hijo, por no mencionar un casi total derrumbamiento de cualquier instinto maternal natural de conceder a los propios hijos más crédito del que se merecen. Eran obra de Ed, no suya.

La señorita Beryl estaba tan profundamente sumergida en estas consideraciones interiores, que no oyó pasos en la escalera ni se dio cuenta de que ya no estaba sola. Y cuando la intrusa habló, la anciana casi se sale de su pellejo de un brinco, no tanto por la sorpresa de descubrir que ya no estaba sola como porque durante una fracción de segundo le pareció que la nueva voz, que reconocía vagamente, estaba en su cabeza. Lo que esta nueva voz dijo fue:

—Seis. Deje de hablar sola. Todo el mundo creerá que está loca.

La señorita Beryl no podía apartar sus ojos de la niña, que estaba sentada absolutamente inmóvil, mirando sin aparente comprensión a la señorita Beryl, con sus piernecitas colgando por encima del cojín, sin tocar el suelo. Otra niña habría balanceado las piernas, golpeado los talones de los zapatos contra el sofá. Pero las piernas de aquella niña permanecían extrañamente inmóviles. Y eso ni siquiera era lo más asombroso. Su madre había declinado sentarse en el sofá al lado de su hija, plantándose en el suelo, con la espalda apoyada contra el brazo del sofá, como en un triste reconocimiento de indignidad. Pero una vez que se situó, la señorita Beryl comprendió por qué la madre se había instalado a los pies de su hija, ya que, sin mirar a su madre, la manita derecha de la niña encontró el brazo de su madre, luego los dedos se movieron ligeramente por el hombro y subieron por el cuello de la joven hasta localizar su oreja. La señorita Beryl observó fascinada cómo la niña acariciaba suavemente el lóbulo de la oreja de su madre entre el pulgar y el índice. La mujer incluso ayudó a la niña a localizarlo apartándose el pelo con la otra mano y sosteniéndolo hasta que los diminutos dedos encontraron el lóbulo, y dijo, a modo de explicación:

—A Cabeza de Chorlito le gusta estar en contacto, ¿verdad, Cabeza de Chorlito?

La niña no reaccionó a esta observación, pero la señorita Beryl notó que ahora parecía más relajada y tranquila mientras acariciaba el lóbulo de la oreja de su madre. La señorita Beryl vio también una vez más que a la niña se le iba un ojo, y desde que había encontrado el lóbulo de la oreja de su madre, el ojo malo se había desviado más perceptiblemente y miraba al techo mientras el bueno continuaba fijo en la señorita Beryl, la cual sospechó que la niña tal vez fuese literalmente ciega del ojo estrábico. Quizá era ciega de los dos, pensó la señorita Beryl, dado el poco reconocimiento o expresión que había en ellos.



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